CONFIANZA

 La confianza es un sentimiento humano, que consiste en presuponer un comportamiento o una actitud adecuada a la situación por parte de uno mismo o de los demás.

 Dicho sentimiento se caracteriza por la relación que tenemos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo y se basa en el sentimiento de seguridad, en la certeza de poder contar con los demás y en nuestras capacidades y habilidades. La confianza va ligada a la autoestima y muchas veces de la confianza que vimos en nuestros padres depositada con los demás durante nuestra niñez. Dentro de este sentimiento podemos encontrar tres tipos:

  La confianza depositada en la sociedad, definida como sistémica o institucional.

  La confianza que se deposita en otras personas definida como personal o interpersonal.

  Autoconfianza, definida como autorreferencial.

 Ser capaces de mantener el equilibrio, monitorear nuestro estado emocional en estas diferentes áreas, es útil para comprender lo que podemos y debemos hacer para proteger este preciado "activo" denominado confianza.

 Perdemos la confianza durante las distintas etapas del desarrollo, desde la niñez hasta la adultez, es una sucesión de diferentes relaciones que ponen a prueba la relación con uno mismo, con los demás y con el mundo. Como consecuencia de estas experiencias se convierte en un punto de referencia para comprender cómo interactuar con los demás así como en quién confiar. Si en un área significativa, como la amistad somos traicionados, lo que sigue es un declive natural en nuestra disposición a comparar a los demás: nos resultará más difícil confiar y tendremos una actitud suspicaz. De estas "alteraciones" de actitud y pensamiento, pueden surgir diversas creencias lapidarias, tales como:

 "otros, tarde o temprano, siempre me traicionan"; "confiar en alguien es un signo de debilidad"; "todas las personas en las que confiamos siempre intentan utilizarnos"; "no se puede confiar en nadie y, por lo tanto, nunca se deben delegar tareas en otros"...

 La actitud rígida, sin embargo, es comprensible, de hecho, tiene una función preventiva, es decir trata de evitar situaciones dolorosas, sobre todo si se refieren a dinámicas o personas que son importantes para nosotros y por las que ya hemos padecido en el pasado. No obstante, si nos enfadamos excesivamente terminamos por ver la realidad, sino simplemente nuestra visión distorsionada de los hechos, basada exclusivamente en experiencias traumáticas pasadas y no en lo que estamos viviendo. Una desconfianza moderada puede tener una función protectora, pero cuando se convierte en un desánimo generalizado, las limitaciones en la posibilidad de disfrutar la vida se vuelven agobiantes.

 Si padecemos el sentimiento de desconfianza en una de las tres áreas descritas (institucional, interpersonal y autorreferencial), podemos experimentar diferentes tipos de "desarmonías". No tener confianza institucional lleva a consideraciones drásticas: "La vida es injusta", "la sociedad no me comprende", "no hay nada que funcione para mí"... Llevando a desilusión generalizada, propias de las conductas depresivas, donde se desinvierte en energías para vivir. Quienes carecen de confianza interpersonal establecen constantemente comportamientos sospechosos que bordean la hiperactivación y la inquietud, controlar al otro por miedo a ser engañado, entablar solo relaciones superficiales son las consecuencias. La falta de confianza autorreferencial, limita los intereses e inhibe la voluntad de mejorar la calidad de vida porque se vive en la convicción de no tener éxito en ningún intento, de no estar a la altura de lo que ya se ha hecho. Esto hace que se esté permanentemente afligido por dudas existenciales y por la ansiedad de la inminente bancarrota.

 << La mejor forma de averiguar si se puede confiar en alguien es confiar en él >>

 𝐸𝑟𝑛𝑒𝑠𝑡 𝐻𝑒𝑚𝑖𝑛𝑔𝑤𝑎𝑦